miércoles, 2 de noviembre de 2016

Una derrota inevitable

Rake le ofreció un coñac. Lars Tobiasson-Svartman se percató de que el oficial llevaba una cinta negra en la manga izquierda.
La mirada de Rake se cruzó con la suya.
–Mi madre ha fallecido. Bajaré a tierra en Kalmar y le cederé el mando al teniente de navío Sundfeldt durante los días en que se celebren el funeral y el entierro.
–Lo acompaño en el sentimiento.
Rake volvió a llenar su copa.
–Mi madre llegó a cumplir ciento dos años –declaró Rake–. Nació en 1812, por lo que, de haber vivido en Francia, podría haber conocido a Napoleón. Su propia madre nació en la década de 1780, aunque no recuerdo en qué año exactamente. En cualquier caso, fue antes de que estallase la Revolución francesa. Cuando tocaba la mano de mi madre, solía pensar que estaba tocando la piel de alguien que, a su vez, había sentido la piel y el aliento de personas que habían nacido en el siglo XVIII. Hay situaciones en las que el tiempo se contrae de un modo casi incomprensible.
»Pero no es fácil llorar la muerte de una persona de ciento dos años. Los diez últimos, ya ni me reconocía. A veces creía que yo era su difunto esposo, es decir, mi propio padre.
»La vejez extrema es una batalla espiritual que se libra en la más absoluta oscuridad. Una batalla campal que conduce a una derrota inevitable. Ante las tinieblas y la humillación de la vejez, las religiones nunca han sabido brindarnos ningún consuelo, y tampoco una explicación.
»Sin embargo, también para una persona de ciento dos años de edad, la muerte puede presentarse de forma inesperada. Por curioso que parezca, la muerte, llegue cuando llegue, siempre es inoportuna. En el caso de mi madre, pese a que sus facultades estaban muy mermadas, su deseo de vivir era inmenso. Y, aunque era tan anciana, no deseaba morir.

De la novela Profundidades [2005] de Henning Mankell [1948-2015].

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