No tardó Fridriksson en preguntar a mi tío cuál había sido el resultado de sus investigaciones en la biblioteca.
–Vuestra biblioteca –exclamó el profesor Lidenbrock– no se compone más que de libros descabalados y estantes casi vacíos.
–¡Cómo! –respondió Fridriksson–. Poseemos ocho mil volúmenes, entre ellos muchos libros preciosos y raros, obras en antigua lengua escandinava, y todas las publicaciones nuevas de que Copenhague nos surte anualmente.
–¿Qué estáis diciendo de ocho mil volúmenes? ¿Dónde tendría yo los ojos?
–¡Oh! Señor Lidenbrock, los libros circulan por el país. Hay afición al estudio en nuestra vieja isla de hielo. No hay un labrador, ni un pescador que no sepa leer y lea. En nuestra opinión los libros, en lugar de enmohecerse en un estante, lejos de las miradas de los curiosos, se han escrito para uso de los lectores. Así es que los volúmenes pasan de una a otra mano, hojeados, leídos y releídos, y con frecuencia no vuelven a su estante sino después de una excursión de uno o dos años.
–Entre tanto –respondió mi tío con cierto enojo– los extranjeros...
–¿Qué le haremos? Los extranjeros tienen en su país sus bibliotecas, y lo principal es que nuestros compatriotas se instruyan. Os lo repito, la afición al estudio está en la sangre islandesa. Así es que en 1816 fundamos una sociedad literaria que marcha perfectamente, honrándose de pertenecer a ella algunos sabios extranjeros. Publica libros para instrucción de nuestros conciudadanos, y presta al país verdaderos servicios. Si queréis, señor Lidenbrock, ser uno de nuestros socios corresponsales, nos honraréis sobremanera.
De Viaje al centro de la Tierra, novela escrita en 1864 por Julio Verne [1828-1905] y ambientada en Islandia (y en su subsuelo... ;o) en 1863.
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