No estaba enamorado de ella —eran más o menos tan incompatibles como podrían serlo dos personas cualesquiera—, pero la quería mucho y echaba de menos a esa maldita y complicada mujer. Había creído que la amistad era mutua. En resumen, se sentía como un idiota.
Permaneció junto a la ventana un buen rato.
Al final se decidió.
De la novela La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina [2005], segunda parte de la trilogía Millennium del escritor sueco Stieg Larsson [1954-2004].
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