miércoles, 13 de abril de 2016

Rosa, rosas

La señorita Oria enseñaba Latín y era casi una cría. Nosotros andábamos por los doce o los trece y, el día que ella entró en clase por primera vez fue memorable. Entró con una bolsa de plástico -los profesores iban con cartera- y, sin mirarnos ni decir palabra, sacó de la bolsa cuatro jarroncitos de Talavera y se dedicó a poner una sola rosa -de color rosa- en tres de ellos y un ramo de colores distintos en el otro. Parecía encantada y miraba las flores sonriendo. Luego, se dio un garbeo coqueto por el pasillo del centro de la clase y contempló su labor desde el fondo.
-Hoy -dijo-, vais a aprender la primera declinación latina y lo vais a hacer con una palabra muy importante: Rosa...
"¿Por qué es importante? Porque esas tres rosas de color rosa que he puesto ahí, a la izquierda, singulares, solas, aunque cada una de ellas ejerce un oficio con nombres que os van a parecer feos, han vivido más de dos mil años con la misma frescura y el mismo aroma y, a cada una de ellas, la llamaba "rosa" el primer romano que la nombró y "rosa" la llamamos nosotros todavía y cualquier jardinero o labriego castellano... Imaginaos lo que son dos mil años de gente, un siglo tras otro, diciendo "rosa"... Y, como vosotros sois estudiantes, y vuestros padres tal vez ingenieros, abogados o médicos, una se afana en el mundo por hacer de Nominativo, otra de Vocativo y la tercera de Ablativo... Pero las rosas son muy listas y, a veces, piden ayuda o se acicalan o se disfrazan con unos productos llamados desinencias para seguir siendo útiles. Hay más oficios para ellas...
"Y esas que están en el búcaro de la derecha, ¿qué son?"
Gritamos:
-¡Más rosas!
-¡Flores!
-¡Rosas!
-Sí, rosas, porque hay rosas de muchos colores, rojas, naranja, amarillas... Pues "rosas", en grupo, en plural como están ahí, era también lo que decía hace siglos la señora de cualquier villa romana al ordenar al jardinero que plantara un rosal o al adornar la ventana de su cuarto con un ramo de ellas en un florero. Y "rosas" las ha llamado la florista que me las vendió hace media hora. El oficio al que "rosas" se dedica es otro: el de Acusativo de Plural.
Y así siguió, advirtiéndonos que ya hablábamos latín sin saberlo cuando decíamos, no sólo "rosa", sino "aula", "fortuna", "gloria", "forma", "pirata", "crimen", "dolor", "castigo", y muchas palabras que oíamos o decíamos todos los días.
En otras clases, fue metiéndose en caminos más trillados, pero cuando habíamos aprendido que "las rosas estaban en el altar", que "la niña tenía una rosa", que "había rosas en el huerto", que "la corona era de rosas" y que "las palomas eran blancas", y nos metimos de bruces en el verbo "amar", más de cuatro estábamos enamorados sin remedio de Oria -la llamábamos Oria-, locos por ella, porque era una chiquilla grácil, morena, esbelta, y nos intrigaban los movimientos de su falda, su inteligencia y su risa.
La señorita Oria, al acabar su primera clase, metió las flores y los jarroncillos en la bolsa, cogió la rosa roja y se la prendió en el pelo y se marchó sin mirarnos, sonriendo.

Cuento de Medardo Fraile [1925-2013] incluido en el libro Antes del futuro imperfecto [2010].

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