viernes, 1 de abril de 2016

Lo definitivo

También amar es bueno, pues el amor es difícil. Amor de persona a persona; esto es quizá lo más difícil que se nos impone, lo extremo, la última prueba y examen, el trabajo para el cual todo otro trabajo sólo es una preparación. Por eso los jóvenes, que son principiantes en todo, no pueden todavía amar; deben aprenderlo. Con toda su naturaleza, con todas sus fuerzas, reunidos en torno de su corazón solitario, temeroso, palpitante hacia lo alto, deben aprender a amar. Pero el tiempo de aprendizaje es un tiempo largo, cerrado, y así el amor sale largamente, entrando por la vida delante...: soledad, vida a solas, crecida, ahondada, para el que ama. Amar, por lo pronto, no es nada que signifique abrirse, entregarse y unirse con otro (pues ¿qué sería una unión de un ser sin aclarar con un ser impreparado, aún sin ordenar?); es una ocasión sublime para que madure el individuo, para hacerse algo en sí, para llegar a ser mundo, llegar a ser mundo para sí, por otro; es una exigencia mayor, sin límite, para él; algo que le separa y le llama a lo lejano. Sólo en este sentido, como tarea, para trabajar en sí ("para escuchar y machacar día y noche"), pueden usar los jóvenes el amor que les es dado. El abrirse y entregarse, y toda especie de comunidad, no es para ellos (que todavía deben ahorrar y reunir, mucho, mucho tiempo); es lo definitivo, es quizá aquello para lo cual apenas alcanza la vida humana. 

De las Cartas a un joven poeta [publicadas en 1929], que Rainer Maria Rilke [1875-1926] escribió a principios del siglo XX a Franz Xaver Kappus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario