¿Todo teatro? ¿Todos actores, que en cualquier momento nos cansamos del papel que representamos y tiramos el disfraz? ¿O podemos decir que hay gente de verdad? Pero ¿qué es eso?, ¿qué quiere decir gente de verdad?, y si eso no quiere decir nada, si es nada, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué es de nosotros si no existe esa gente? Uno tiende a pensar que la verdad de las personas aparece en los momentos decisivos, en el filo, cuando se bordean los límites. El momento de héroes y santos. Y, mira por dónde, en esos momentos el comportamiento humano no suele resultar ni ejemplar ni estimulante. El grupo que se da de codazos por llegar el primero a la taquilla en la que se expenden las entradas para un concierto; los espectadores que se pisotean huyendo del teatro en llamas y pasan por encima de los más débiles sin fijarse en ellos, el niño, las marchitas carnes del anciano, aplastados por las suelas de los ansiosos fugitivos, pinchados por los tacones de las jóvenes vestidas con elegancia para la salida nocturna; los honrados ciudadanos, incluidas las señoras -de buena familia, u obreras, en eso no hay distingos- que golpean furiosos con los remos las cabezas de los náufragos que intentan acceder al repleto bote salvavidas. Sálvese quien pueda.
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