miércoles, 2 de septiembre de 2015

La vida

Y, cuando atravesaba los campos, supe cómo es la soledad del corredor de fondo, y me di cuenta de que para mí esta sensación era lo único honesto y verdadero que había en el mundo, y comprendí que esto no cambiaría nunca, fueran las que fueran las sensaciones que pueda tener en algún momento raro, y sea lo que sea lo que los demás quieran explicarme. El que venía detrás debía de estar muy lejos porque todo estaba en silencio y se notaba menos ruido y menos movimiento incluso que el que hay a las cinco de la mañana de una helada madrugada de invierno. Era difícil de comprender, y todo lo que sabía era que uno tenía que correr, correr y correr, sin saber por qué corría, pero uno seguía corriendo, atravesando campos que no entendía, entrando en bosques que daban miedo, remontando colinas sin darse cuenta de que las había subido o bajado y saltando arroyos que le habrían helado el corazón a cualquiera que hubiese caído en ellos. Y el poste de la meta no era el final de aquello, por más que la gente pudiera estar animándote, porque había que seguir adelante antes de haber recuperado el aliento, y la única ocasión en que uno se paraba de verdad era cuando tropezaba con el tronco de un árbol y se rompía el pescuezo o caía en un pozo abandonado y se quedaba muerto en la oscuridad para siempre. Así que yo pensaba: no, no van a cazarme en esta trampa de las carreras, esto de correr tratando de llegar el primero, esto de trotar por un trozo de cinta azul, porque ésta no es la forma de seguir adelante, para nada, por más que ellos juren ciegamente que sí. Uno no debe hacer caso a nadie y debe seguir su propio camino, y no el que le señale una hilera de gente con esponjas empapadas y botellas de yodo para cuando te caes y te haces heridas, para que ellos puedan levantarse de nuevo -por más que uno quiera quedarse donde está- y ponerte en marcha otra vez.

Hace unos días leí La soledad del corredor de fondo [1959], el relato largo (o novela corta, que nunca estoy seguro de cómo pueden y deben llamarse estas cosas...) del escritor inglés Alan Sillitoe [1928-2010].
Hace mucho tiempo que conocía el título y siempre me había llamado la atención por aquello de las maratones y las carreras largas. Por fin ha caído en mis manos y me ha gustado. Es un relato lleno de rebeldía, de inconformismo, de resistencia a lo establecido y a "lo que debe ser", a lo que se espera de cada unx de nosotrxs. Toda una metáfora de la vida y de cómo arrostrarla de forma digna.
No conocía al autor. De hecho creo que cuando vi este librito hace unos días en la biblioteca fue la primera vez que oía su nombre, y con toda seguridad es la primera vez que leo algo suyo. Y desde luego no conocía al grupo al que en la wikipedia dice que pertenecía junto con otros escritores ingleses de los años 50 también enfadados como él: los Angry Young Men. Autodenominarse así es toda una declaración de principios, aunque tal vez no sea muy saludable que lo que te defina, como escritor y como persona, sea tu enfado con el mundo...

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