viernes, 10 de julio de 2015

Algunas veces todos tenemos que llorar

No hubo contestación. Sylvia miró de frente a la muchacha, cosa que hasta ese momento no había sido capaz de hacer. Vio que tenía los ojos cuajados de lágrimas, la cara llena de manchas -con aspecto casi sucio- y que parecía dominada por la angustia.
No hizo nada por evitar la mirada de Sylvia. Apretó los labios contra los dientes, cerró los ojos y se meció de atrás hacia adelante, como si ahogara un aullido. De pronto, para desconcierto de Sylvia, aulló. Aulló, lloró, tragó una bocanada de aire, las lágrimas le rodaron por las mejillas, moqueó y empezó a mirar desesperadamente alrededor en busca de algo para limpiarse. Sylvia salió corriendo y volvió con un puñado de Kleenex.
-Tranquilízate, estás aquí, aquí estás bien -le dijo, pensando que lo que debía hacer era cogerla en brazos.
Pero no tenía ninguna gana de hacerlo y podría empeorar las cosas. La muchacha podría darse cuenta de que Sylvia lo hacía a desgana, de lo incómodo que le resultaba semejante situación.
Carla dijo algo y volvió a decirlo:
-¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!
-No, no lo es. Algunas veces todos tenemos que llorar. No pasa nada, no te preocupes.
-Es una barbaridad.

Del relato Escapada, de la escritora canadiense Alice Munro [1931- ], Premio Nobel de Literatura en 2013, que hoy cumple 84 años.

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