domingo, 22 de febrero de 2015

Romanes

Román está cubierto hasta la altura de la boca. De manera mecánica, muerde sin apretar o lame la sábana, sujeta por ambas manos a cada lado de la cabeza. Su cuerpo esmorecido se prolonga a partir de aquí dando lugar, en primer término, al cuello, especie de tallo que une la cabeza al tronco y que es, junto a las extremidades, una de las zonas más angostas de su cuerpo. El tronco, cubierto con una camisa, permanece inmóvil, un tanto ajeno a los movimientos respiratorios que de forma continua se producen en su interior. El vientre, además de dar cobijo a las vísceras, es con los ojos uno de los lugares por los que el miedo penetra con más facilidad. Cuando esto ocurre, Román detecta una paralización de los músculos respiratorios: un movimiento de defensa que por lo general se inicia en el alojamiento del paquete intestinal. De forma simultánea a esta contracción, pero a la altura de la boca, se produce otro movimiento: la lengua entra y sale rozando la superficie áspera de la sábana hasta que una sequedad extrema, ocasionada en parte por este roce y en parte por una menor actividad de las glándulas salivares, fruto también de este estado de defensa, la obliga a retirarse al interior de su cámara donde con un temblor imperceptible consigue nuevas aportaciones de saliva. Las piernas se extienden a partir de los muslos en la dirección más oscura del túnel formado por la sábana. Carecen de puntos muy sensibles, excepto en las rodillas, en las que un hormigueo de poca duración, pero ajustado a un ritmo preciso, precede siempre a las situaciones de alerta que se dan en el resto de su cuerpo. Los pies, por fin, a continuación de cada una de las piernas y sujetos a ellas por un tobillo, están cubiertos con unos gruesos calcetines de lana que intentan dar calor a una zona poco regada por la sangre, aunque muy sensible a los cambios atmosféricos. La abundancia de huesos en esta parte del cuerpo de Román convierte al frío en una manifestación particularmente incómoda por cuanto penetra hasta la médula, de donde no es fácil sacudirlo.

De la novela El jardín vacío [1981] del escritor Juan José Millás [1946- ].

Muy raras veces me encuentro con otros romanes, así que cuando doy con alguno, ya sea en los papeles o en el Mundo Real no puedo evitar celebrarlo de algún modo...

En las novelas sólo recuerdo a uno de los personajes de Nada, de Carmen Laforet, el tío Román de Andrea, la protagonista. Y en el Mundo Real he conocido a muy pocos: un día en la consulta del médico llamaron a Román y nos levantamos a la vez otro tipo y yo; hace poco tuve un alumno Román que estaba aún más sorprendido que yo cuando nos presentó su madre; el año pasado en la barra de un bar de Buitrago se me acercó un tipo a saludarme diciéndome que éramos tocayos al oír mi nombre; y mi abuelo y mi padre, de quien por cierto es hoy su cumpleaños...

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